*La antigua fábrica que vivió su esplendor entre las décadas de los 20 y 50 en la ciudad de Xalapa, produciendo miles de toneladas de telas, intenta resistir los embates del tiempo, sus paredes carcomidas aguantan estoicas
Javier Salas Hernández
Xalapa, Ver.- A cada paso por su interior, se siente y huele la historia que envuelve a una fábrica. Sus pasillos, acueductos y chimeneas, descansan añorando aquellos días cuando las familias de los trabajadores podían vivir en su interior.
Han transcurrido 33 años de su cierre total y es testigo mudo de uno de los acontecimientos más trágicos de la historia laboral de Xalapa.
La antigua factoría textil, conocida como la Fábrica de San Bruno, intenta sobrevivir con la ayuda de la “Asociación de Colonos del Barrio de San Bruno”, que quiere rescatarla y conservarla.
Sus paredes derruidas, cubiertas de maleza y sin sus techos, son los de un lugar que vivió su esplendor entre las décadas de los 20 y 50, produciendo miles de toneladas de telas de fibras (naturales y sintéticas), telas, hilados y productos vinculados con la ropa y la vestimenta para abastecer el mercado nacional, muchas veces, hay que decirlo, a costa de la explotación de los trabajadores.
Sus escalones derruidos, repletos de hojarasca y restos de construcción, recuerdan aquel 1852, cuando Bernardo Sayago, expresidente municipal de Xalapa y acaudalado comerciante oriundo del Municipio de Naolinco, estableció la fábrica en el antiguo Barrio de San Roque, en una superficie de tres hectáreas.
Luego, pasó a manos de los hermanos Zaldo Rivera, cuyo patriarca era el hermano mayor, Bruno. A él se debe el nombre de la Fábrica de San Bruno, un referente de una ciudad.
Como en la vida, no siempre es tiempo de bonanza y al paso de los años enfrentó un litigio jurídico entre propietarios y trabajadores que ocasionó su cierre en 1990 y a la postre, su abandono.
Cerró definitivamente 66 años después de aquella mañana del 28 de agosto de 1924, cuando un grupo de personas armadas irrumpió para asesinar a sangre fría a Honorio Rodríguez, líder de los trabajadores.
Y cuentan que también cayó abatido Fidencio Ocaña, el humilde panadero que cada mañana hacia la entrega de pan y que ese día se encontraba en el lugar equivocado y en el momento equivocado.
Los asesinos levantaron a un grupo de 12 trabajadores, quienes días después aparecieron muertos. Se cree, tal vez, que fue en represalia ante la víspera del surgimiento de un sindicato que habría de exigir mejores condiciones labores y frenar extenuantes jornadas de 15 horas al día y sin días de descanso.
Solo esa fecha se ha logrado perpetuar al ser incluida en la nomenclatura de la ciudad, la avenida donde se ubica la fábrica lleva por nombre Mártires del 28 de Agosto, en memoria de los obreros asesinados.
Por años, las instalaciones o lo que queda de ella, fue presa fácil del abandono, los grafitis en sus paredes hablan por ello.
Con el cierre del inmueble cientos de historias quedaron atrapadas a la espera de salir a la luz, escondidas en algún lugar de este universo que nadie visita, que nadie ve.
El inmueble aún mantiene vestigios de la maquinaria que se empleaba para la producción de telas, los hilados y el algodón. El pozo donde se coloreaban los telares.